El gran apocalipsis zombie
Había una vez un científico loco que vivía en la ciudad más grande del mundo, el cual inventó un virus llamado El virus del Zombie. El científico se llamaba Juan, y le decían Juan el loco.
Creó el virus en el mejor laboratorio del mundo con su grupo de científicos y una persona se ofreció voluntaria para probarlo por si funcionase. Cuando se lo inyectaron, al cabo de una hora, todos vieron que el experimento funcionó perfectamente y se convirtió en un auténtico zombie de verdad. Su piel, era de color verde oscuro (no tan oscuro), tenía grandes y enormes brechas por todo el cuerpo, toda la ropa arrugada y destrozada y la sangre derramada por todo el cuerpo, y ¡¡ hasta se le veian partes del esqueleto!! ¡Era terrorífico!
Cuando los científicos pensaron que todo había salido bien, Juan el loco vendió la piel del oso antes de matarlo/cazarlo. La jaula donde tenían al zombie era grande, con las paredes hechas del cristal más resistente y grueso del planeta, es decir, de un cristal fabricado por ellos, pero hubo un pequeño fallo en su invento ultraperfecto. También hubo un fallo en el zombie, porque los científicos no regularon bien su fuerza y el zombie se puso a golpear el cristal lo más fuerte que pudo. Lo golpeó con la cabeza, con los brazos, con las piernas y hasta con los huesos que le salían por el cuerpo. Golpeó, golpeó, golpeó hasta que al final logró romperlo en pequeños pedazos brillantes como diamantes y escapó de la jaula. Los científicos fueron listos y corrieron hasta la puerta del laboratorio.
Eran listos, sí, es de admitirlo, pero el zombie tampoco era tan tonto. Pulsó el botón rojo que estaba situado en una mesa y las puertas del laboratorio empezaron a cerrarse lentamente. Las puertas, del hierro más duro del continente, estaban lejos. ¡No lo iban a conseguir! Hasta que de pronto, Juan, que iba en primer lugar corriendo con todas sus fuerzas, se tiró al suelo y se deslizó rápidamente por éste con una capa de mármol situada debajo de su espalda.
Las puertas ya casi estaban cerradas y por la anchura de su cuerpo pensó que no lo conseguiría. Entonces, de repente, se giró y mirando a la izquierda logró salir, y las puertas se cerraron. Pero desafortunadamente, todo el resto del grupo se quedó dentro del laboratorio. No tenían escapatoria.
Entonces el zombie se acercó poco a poco a cada uno de los diez científicos y como pudo, mordió a cada uno de ellos. Todas las personas del laboratorio se infectaron, todas excepto Juan, que logró escapar y sobrevivir.
Todos los infectados por el virus pudieron salir del laboratorio y lentamente, avanzando y destrozando la ciudad, lograron zombificar a todos los habitantes que vivían en aquel lugar. Juan se escondió, quién sabe dónde, y nadie nunca le volvería a ver. ¿O si?
Cuando la ciudad quedó chamuscada, hecha añicos, abarrotada de cuerpos y afectada por el virus, solo quedó un pequeño grupo de amigos adolescentes. Cuatro hombres y dos mujeres. Los adolescentes vivían en una casa lejos del peligro.
Un día, ese pequeño grupo decidió hacer algo para poder intentar salvar su ciudad. Para empezar la misión necesitaban provisiones pero defenderse solo con las manos era imposible. Por suerte había una armería llena de todo lo que necesitaban pero tenían que rodear la ciudad caminando cinco kilómetros. En el camino se tuvieron que enfrentar a unos cuantos zombies y con barrotes los derrotaron.
Al llegar a la armería, cogieron todas las armas que pudieron. Se equiparon, se prepararon y se pusieron listos para la guerra contra los zombies. Uno de los adolescentes cogió un mapa de la ciudad. Era un mapa que marcaba las armerías de la misma, pero les servía para guiarse por ella. El chico vio un supermercado cerca de la armería.
Entonces, cuando asomaron la cabeza por fuera de la tienda, vieron el supermercado y muchos zombies. La cuadrilla se quedó pensativa. Entonces, una de las mujeres tuvo una ocurrencia. A ella le parecía buena idea ir por las alcantarillas de la ciudad. Sabían que eran asquerosas y tenebrosas, pero qué remedio para que los zombies no les viesen; encima eran muchos y no podían contra todos ellos.
Entre todos los chicos, con todas sus fuerzas, intentaron abrir la escotilla para entrar, pero fue inútil. Entonces, uno, de repente, se fue corriendo a la armería sin decir nada. Al cabo de cinco minutos, regresó con una de esas varas rojas que usan los ladrones para saquear. Fue una buena idea. Entre todos, de nuevo, consiguieron abrir la escotilla y se adentraron en la alcantarilla.
Era como un túnel, pero lleno de agua podrida, la más sucia que podría existir. Había un camino formado por unas baldosas/losas por donde se podía caminar sin ensuciarse. En el mapa ponía todo: lugares, parques, calles, tiendas, supermercados, e incluso lo que necesitaban saber, las alcantarillas. En el camino se encontraron un par de ratas, hasta que el del mapa dijo que todos se detuvieran, que arriba estaba la salida. Salieron justo al lado del super. Entraron, metieron todo lo necesario en sus mochilas: comida, bebidas, medicinas... y cuando se iban a ir, vieron que la entrada estaba repleta de zombies. Se equiparon con armas y empezaron a disparar.
Solo fueron once afortunadamente. Al salir, escucharon el grito de alguien, de una persona. Poco a poco se pudieron acercar a la voz, hasta que vieron una persona con un palo en un callejón sin salida y se le acercaban zombies de frente. Se pusieron a disparar, lo ayudaron y se fueron. Le preguntaron cuál era su nombre y la persona dijo que se llamaba Juan, Juan el Loco.
Todos se quedaron alucinados porque pensaban que había sido infectado. Los chicos le dijeron que eran los únicos supervivientes de la ciudad a parte de él. Entre todos, debían reunir todas sus fuerzas para crear una vacuna sin que ninguno fuera infectado. El primer paso del plan, fue ir al laboratorio.
Fue duro librarse de esos zombies para llegar pero lo consiguieron. Tenían que ir a la sala principal donde se crea, se cura y ese tipo de rollos. Una de las chicas tuvo una duda y les dijo a todos que cómo iban a saber si la vacuna iba a funcionar. Se quedaron pensativos, quietos como una roca. Hasta que uno tuvo un plan. Su idea trataba de capturar un zombie pero que fuese viejo para que no tuviese tanta fuerza. Les dijo a todos que él pensaba que sería mejor si dos chicos y una chica arreglaran el cristal roto de la jaula, los otros dos hombres y la otra mujer a raptar al zombie y mientras tanto, Juan fuese creando la vacuna.
Los más valientes fueron a por el zombie anciano , los más tímidos a arreglar el cristal, y el loco se puso a hacer su parte.
Una hora más tarde, todo estaba listo para hacer el experimento y ya era hora de ver si la vacuna de Juan funcionaba de verdad. El cristal lo pusieron como nuevo y los otros, para atrapar al zombie, se las apañaron con un saco. Después de hacer la prueba, que salió bien, una bombilla se encendió dentro de la cabeza de Juan, y dijo que no iba a haber suficiente para todos los infectados, pero él ya tenía un as bajo la manga y era que entre todos creasen una bomba y con un avión la tirasen.
Pero el problema era que nadie sabía cómo pilotar un avión. Hasta que las palabras de una de las damas se oyeron en el aire diciendo que ella quería ser piloto de aviones y que lo estaba estudiando en la universidad.
Se pusieron manos a la obra y lograron crear la bomba. Había un aeropuerto a las afueras de la gran ciudad. El científico, los condujo hasta el garaje, porque ahí estaba su furgoneta. Se metieron al coche, y al cabo de media hora llegaron.
Cuando subieron al avión, todos se dirigieron a la cabina y en mitad del pasillo una azafata zombie le saltó encima a uno de los chicos, pero de milagro otro le metió un pistoletazo en la cabeza y la mató. Todo estuvo bien hasta que el chico enseñó su mano con una raja sangrienta. Rápidamente, actuaron y le dieron un poco de la vacuna, pero era demasiado tarde y solo tenían una oportunidad. Uno sacó una navaja del bolsillo y desgraciadamente le cortaron la mano para que el virus no subiera por la sangre. Se las arreglaron como pudieron para que no se desangrara y siguieron con la misión.
Al despegar el avión, prepararon la bomba y la lanzaron en medio de la ciudad. Al cabo de cinco minutos, el gas ya se había dispersado por toda ella.
Cinco minutos más tarde, toda la ciudad estaba curada y todo volvía a estar como antes, aunque esto no ha sido un final feliz.
FIN
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